La educación sentimental de una seducida y abandonada en Barcelona

5/4/09

La angustia de las influencias





Vila Matas dejó escrito por ahí que uno deja de sentirse tan solo cuando tiene un escritor a quién admirar.
Pero, me asalta la duda de si esta certeza habrá acompañado al elegantemente modesto autor barcelonés en sus comienzos. El problema se plantea cuando una no es un elegante y consagrado autor barcelonés, y tiene demasiados escritores a quién admirar.

Hoy, domingo a la siesta, sin resaca, observando girar la ropa en la lavadora, hice un racontto mental de todo lo que leí este mes.

Si bien, los aniversarios no son mi fuerte, no puedo pasar por alto que estoy sobreviendo a un mes de trabajo en una gran cadena de librerías. Y, que el único estímulo para seguir allí, además del aumento del desempleo y la leve sensación de paranoia económica que acompaña mi vulnerable experiencia de inmigrante, estudiante y pobre en Barcelona, es la oportunidad de leer salvajemente un catálogo de novedades literarias:

- Playstation de Cristina Peri Rossi
- Sexografías de Gabriela Wiener
- Cineclub de David Gilmour
- Ni de Eva ni de Adán de Amélie Nothomb

El chico de la lavadora de al lado interrumpe mi lista y me apura, indicándome, en un correctísimo español aprendido de TV3, como tengo que manipular la máquina.
Me tropiezo con su bolsa de ropa y veo que tiene un libro.
Desde mi privilegiada posición en el marco de la puerta, me esfuerzo por descubrir, con disimulo, la tapa de Los pilares de la tierra de Ken Follet entre sus manos.
Sólo entonces, borro automáticamente de mi cabeza la posibilidad de que mis ocho kilos de ropa sucia se conviertan en la excusa para un idílico romance de lavandería, como en esa célebre propaganda de Philip Morris.

La vida, por más que nos esforcemos, no siempre imita al arte.

Me siento en la puerta de la lavandería. Estoy por teminar la última novela de la Amélie Nothomb. Me encanta esa licencia del catalán respecto al castellano. Me encanta aludir a una escritora francesa como si hablara de la merienda, la sartén o la peluquera. Me encanta esa licencia casi tanto como el sol de la siesta en la puerta de una lavandería de Gracia. Sin embargo, mi disfrute de la vereda de la calle Montmany es violentado por una inoportuna presencia.

Siento que el calor del sol me está dejando la piel colorada. Siento que el sudor asciende por mi cuerpo, para estancarse, imprevisiblemente, bajo la nariz. Saco el espejito (mi más preciada adquisición de los chinos) y compruebo el destino imprescriptible de las gorditas morenas de piel pálida. Los cachetes colorados. Y Lo Innombrable.

Repaso una vez más, mi agenda del domingo. Y ahí están, olvidadas en el algún rincón del baño, las banditas de cera (que la última vez me provocaron una reacción alérgica) y la pinza de depilar. Y mis bigotes están aquí, esperando la Solución Final y nublando esta luminosa tarde de Gracia, con los enredos de Amélie y su novio japonés, demostrando que no puedo dejar de escribir sobre esto.

El viernes anduvo Cristina Peri Rossi por la librería. Casi me infarto cuando me la choqué llegando tarde al trabajo. Después de tirar mis cosas en la taquilla, me escabullí de mi puesto para decirle lo mucho que me gustó Playstation, su último libro. Me encantó la modestia con la que me agradeció. La misma con la que, sin que se lo pidiera, me dedicó un ejemplar.
Pero, lo que más me gustó fue la exhibición orgullosa de su bigote, endurecido seguramente por las experiencias sentimentales que expone en su libro.
Experiencias como descubrir que la escritora que admirás tiene un largo bigote, que Faulkner no fue a la Primera Guerra porque era petizo, que Amelie Nothomb limpió baños en una empresa tokiota, que Gabriela Wiener raspó ollas sucias de paella y donó óvulos para pagarse su master, que David Gilmour escribió su última novela bajo la sombra acechante del paro.
En fin, descubrir que la vida no se acaba si no tienes una beca de doctorado que te permita dedicarte seriamente a escribir en serio libros serios. Y, sobre todo, que la vida no empieza cuando tienes una beca de doctorado que te permita dedicarte seriamente a escribir en serio libros serios.
Quizás la vida empiece cuando una se da cuenta de que su criterio de novedad literaria es relativo, considerando la constante actualización del catálogo de las bibliotecas públicas de Barcelona.
Pero eso, sólo el tiempo y el ritmo del crecimiento de mis bigotes lo dirá.

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