La educación sentimental de una seducida y abandonada en Barcelona

3/11/09

True Blood





"Ante la visión del piso vacío, pensé en la condición vampírica. Las casas se alimentan de nosotros como lo hacen los vampiros: chupándote la sangre para teñir con ella, lentamente, sus propias paredes y crear así un vínculo, cómo decirlo: servidumbre, dependencia, necesidad, amor" Jorge Carrión

Esta mañana me desperté bruscamente, intentando interpretar el encriptado código morse de los albañiles que taladraban con violenta regularidad en el techo de mi piso.

Después de terminar de despertarme con la inyección matinal de café, creo que debería agradecer que tuvieran la decencia de sólo estar golpeando y de no sacarme de la cama con la radio a todo trapo.

Recién ahora, luego de recibir un par de ruidosos telegramas más, creo que estoy empezando a entender el mensaje.

Sólo quieren que me vaya con el ordenador y mi malhumor a otra parte.

No necesitan héroes.

Sólo les interesa que me desplace con mi impotencia y que deje de acordarme de sus madres y todo su árbol genealógico.

Sé que no es una experiencia reconfortante, despertarte una mañana con una gigantesta estructura de andamios y todo un ejército de albañiles a los gritos frente al balcón de tu piso.
Sin embargo, suele aburrirme la frecuencia con que la gente se queja de la Barcelona eternamente en obras. Es como una de esas previsibles conversaciones matinales, el amable intercambio de opiniones sobre el clima con algún vecino en el ascensor. Es más, cuando todavía disfrutaba de la frescura de la novedad, me encantaba ese exceso de civismo que recubre los edificios modernistas de L'Exaimple con gigantestas proyecciones anticipando como quedará la fachada original. Creo que alguna vez hasta se lo comenté entusiasmada por teléfono a mi hermana, estudiante crónica de arquitectura.

Me encanta la Barcelona en obras.

Pero, ahora están golpeando a mi puerta o, mejor dicho, a mi techo.

Y mientras intento encontrar en los golpes de maza una armonía compatible con mis especulaciones sobre las conductas de algunos vecinos (¿estarán destruyendo la cocina de las chicas del sexto?) me parece que mi casa es ahora como la cobertura de hormigón de una gran masa encefálica que los albañiles, como zombies chupacerebros, golpean con la esperanza de encontrar algo comestible adentro.

Pero me resisto a abandonar mi cabeza.

Por eso, recién ahora me animo a mirar, de verdad, hacia adentro. Y sólo veo muebles.

Hace unos días entré a una página que convocaba a participar de un concurso llamado la historia de tus muebles . Y me pareció un gesto de una ternura infinita invitar a la gente a hablar de sus trastos, cuando aquí estos son muy económicos y facilmente descartables.

Por eso me pregunto qué podrían decir de mí los muebles de mi piso.

Qué tendrán para decirme el espejo de la entrada, herencia de las inquilinas anteriores, así como los dos colchones que esperan pacientemente ser re-ubicados en casas de amigos.
Qué me diría la estantería negra que acumula polvo y objetos encontrados en la calle. Un manual de peluquería. Un budita de la abundancia. Algún programa de un festival o muestra de arte. Unos palos de bowling de juguete.

Creo que la peor parte se la lleva la heladera, abandonada hace un mes en medio del living, esperando ser deportada hacia un futuro incierto.

Soy de las que empiezan a encariñarse con las cosas, cuando me veo obligada a dejarlas.

De cualquier forma, considero esto un gran paso, en vías a superar el síndrome nómade de "No quiero tener nada que no entre en una valija". Experiencia que más que estimular mi presunta independencia de los bienes materiales hace que extrañe espantosamente los objetos que dejé atrás. Y no sólo los que no entraron en la valija.

Por estos motivos, quiero, espero, ansío que MI CASA me absorva, que me chupe la sangre y me insufle el largo aliento de la calidez hogareña, la larga vida de los muebles IKEA.

Creo que ahora sí, voy a redecorar el piso y a dejar que mis noches sean esclavizadas por el racontto infinito de las objetos que me faltan: el secador de platos, los ceniceros, los almohadones en composé con el sillón.

Quiero encarnarme en mi nueva casa.
Quiero que vampirize mi desinterés por lo doméstico.
Quiero que mi piso se haga un baño de sangre conmigo.

Porque una casa semivacía es algo más que un vínculo de servidumbre, dependencia, necesidad y amor. Es el testimonio tangible de muchas ausencias, de muchos espacios vacíos por llenar en mi cabeza. Como la de una mesita para el tele. Y un tele. Una tele que me hable a mí. Solamente a mí, rodeada de muchas cosas lindas que hagan que ni siquiera una horda de albañiles ruidosos me obligue a abandonarla.

1 comentario:

A. dijo...

volvé, ya se fueron!!!